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Jueves 28 de marzo de 2024
OpiniónDonde no pienso, soy pensado

Donde no pienso, soy pensado

Antonio Fratini Psicoanalista, psicoanimista, onirólogo, formador en comunicación. Presidente de la asociación internacional de psicoanálisis secular https://psychanalyselaique.wordpress.com/ Coordinador de la Asociación Naturaleza y Psique https://naturaepsiche.jimdofree.com/ Miembro de la Academia Europea Interdisciplinaria de Ciencias Miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York Blog francés: https://psychoanimisme.wordpress.com/

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Autor Invitado
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Antonio Fratini Psicoanalista, psicoanimista, onirólogo, formador en comunicación. Presidente de la asociación internacional de psicoanálisis secular https://psychanalyselaique.wordpress.com/ Coordinador de la Asociación Naturaleza y Psique https://naturaepsiche.jimdofree.com/ Miembro de la Academia Europea Interdisciplinaria de Ciencias Miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York Blog francés: https://psychoanimisme.wordpress.com/

La cultura se dirige a la inteligencia… pero ésta no necesariamente la escucha. Sin embargo, prescindir del pensamiento reflexivo es un lujo que generalmente se paga muy caro, porque sí es un error que transforma al individuo en un autómata. Visto desde este ángulo, el cogito cartesiano “pienso, luego existo” tan criticado en la modernidad sigue siendo válido. En efecto, sin olvidar que desde un punto de vista psicoanalítico sólo puedo estar donde mi yo no piensa (en un síntoma, en un sueño, en un acto errado…), desde otro punto de vista, más psicoanimista, donde no creo que soy pensamiento. Inevitablemente. Soy pensado por ese “gran otro Gran” que es el sistema con sus medios cada vez más invasivos que me sumergen en un constante baño de agua de “información” similar a la hipnosis colectiva.

La ilusión de una alternativa cuyo paradigma es el discurso político lo muestra perfectamente: Derecha o Izquierda, pro o contra, sí o no… Una elección genuinamente personal sigue siendo ardua. Sin embargo, es este mismo discurso el que atrae audiencias y el que prima en cualquier foro mediático-político. En definitiva, quienes se creen libres prescindiendo de la reflexión o sólo interesados ​​en las cuestiones (aparentemente) más concretas, olvidan que el materialismo es también una ideología y ciertamente se reducen a ser una especie de neurona del sistema. Solo se necesita un abrir y cerrar de ojos para pasar de un pensador a otro.

Incultura y arrogancia, hola daños

Pero, ¿cuál es la conexión entre la consideración y la falta de educación? Si entendemos esto último como sinónimo de ignorancia, no hay problema porque todos somos más o menos (enormemente) ignorantes. Saber que somos ignorantes, según los preceptos de la docta ignorancia de Nicolás de Cues, es darnos la posibilidad de aprender, de cultivarnos, de avanzar. Esta es, paradójicamente, la base de toda sabiduría. Lo que estropea las cosas es esta mezcla altamente inestable y peligrosa de ignorancia y arrogancia, siendo la estupidez el deslizamiento de la ignorancia a la presunción de conocimiento. La apertura de miras es siempre lo que salva de un callejón sin salida y la medida de precaución que evita que esta bomba de estupidez que con demasiada frecuencia es el ser humano haga daño. Aquí hay una pequeña ilustración. Imaginemos el caso de un manitas en ciernes que no sabe utilizar un martillo y lleva años clavando clavos con unas tenazas. Ahora imagina que un amigo le cuenta sobre la existencia del martillo. Esta es, por supuesto, una situación simplificada, pero en realidad es bastante común.

Es muy probable que nuestro manitas, víctima de cierto misoneísmo, se resista a cambiar de herramienta porque, aunque a veces se golpea los dedos y dobla las uñas, considera satisfactorios sus conocimientos. Su lema podría ser:

“Sé, luego existo”!

Traspuestos al nivel intelectual, los alicates y los martillos se refieren metafóricamente a instrumentos de pensamiento, a paradigmas, y cuanto más sabemos sobre estos instrumentos, más relevantes e incluso convincentes pueden ser nuestras interpretaciones del hombre y del mundo.

Por ejemplo, los conceptos psicoanalíticos de inconsciente, arquetipo, sublimación e impulso son sin duda una grave pérdida para cualquier intelectual, psicoanalista o no.

En otras palabras, el pensamiento reflexivo y todos los tipos posibles de inteligencia (el psicólogo estadounidense H. Gardner cuenta hasta siete) son funciones psíquicas complejas, propias de cada uno, pero privadas de cultura no necesariamente se realizan.

Por el contrario, enriquecidas por todo un abanico de ideas, nociones, conceptos, teorías, etc., son capaces de expresar de la mejor manera posible la personalidad de cada individuo y facilitar su realización. Si hay un pensamiento verdaderamente auténtico, personal de cada uno, “diferenciado” por utilizar un término junguiano, es en gran medida gracias a las posibilidades que representa la riqueza de claves de lectura pertenecientes a nuestro acervo cultural. Los fanáticos religiosos, por ejemplo, creen en la posibilidad de una lectura única, literal, no hermenéutica de los textos sagrados, que en modo alguno favorece el desarrollo de su inteligencia. Por el contrario, quienes practican el arte de la interpretación, como los cabalistas, ven aumentar sus capacidades intelectuales.

Si bien contribuye a la inteligencia, la cultura no previene la estupidez

Por supuesto, los fanáticos de la meditación podrían objetar que el hombre es generalmente demasiado mental y que pensar a menudo complica la existencia más de lo que la facilita. Cierto. Pensar tiene un lado obsesivo que siempre es bueno reducir. El psicoanalista, por su parte, pudo ver en lo que se denomina “cultura” el producto de un “yo” constantemente enajenado en sus discursos. También cierto. Los intelectuales se cuentan tantas historias como niños, aunque su discurso sea más erudito y parezca más serio.

Pero el problema no es la oposición entre pensar y no pensar o entre pensar y actuar. Es la riqueza, es decir, la calidad del pensamiento lo que importa. Incluso la persona más extrovertida, por no decir superficial, puede encontrar en la cultura el material y las herramientas necesarias para agudizar su pensamiento y formar un pensamiento diferenciado, que no sea una simple repetición de lo que ha oído o aprendido por corazón. Sin adherirse necesariamente a ningún sistema o teoría.

Los grandes filósofos, especialmente los franceses antes de la Revolución, eran básicamente librepensadores más que teóricos. Así que volvemos al tema de este Rebel(s), porque es precisamente el grado de cultura (o la falta de ella) lo que, en muchas situaciones, puede marcar la diferencia.

¿Podríamos decir que la estupidez es inversamente proporcional al grado de cultura? Absolutamente no. Las personas son inteligentes sin importar su nivel de cultura, solo ellos están limitados por ella. Muestran, como decimos, una inteligencia de vida, un saber relacional y social, una sana curiosidad. Que es quizás lo principal. Y no olvidemos que toda la cultura del mundo, sin una buena educación, no impide que el “pequeño tirano todopoderoso” asome una y otra vez su linda cabeza.

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