En 1996 estaba publicando un informe titulado AP, una enfermedad del siglo XXI. Estaba trabajando como responsable de prensa en una oficina de una clínica de adicciones cuando, haciendo una serie de televisión llamada Terapia de grupo, entrevisté a una enfermera que estaba Adicto a la gente. No podía entender sus relaciones duraderas o problemáticas sin el apego que sentía por estar psicológica y físicamente apegada a una persona. En aquella ocasión hablamos del fenómeno de la Violencia de Género y de los abusos recurrentes a los que había sido sometida toda su vida, con un padre abusivo y compañeros de vida de idénticas características.
En ese momento yo estaba involucrado, nada ha cambiado, en el estudio de nuevas creencias y nuevos movimientos religiosos, y tenía claro que ese apego o adicción a las personas, que en mayor medida todos podríamos sufrir en algún momento de nuestra vida. vidas, sería una cuestión, no tanto de la manipulación a la que podríamos ser sometidos por parte de personas pertenecientes a un determinado grupo de credenciales, sino más bien de nuestras carencias emocionales o de autoestima. Esto me hizo preguntarme si nosotros mismos somos, en gran medida o en parte, culpables de caer en las fauces de ciertos depredadores modernos que sólo intentan manipularnos para su propio beneficio.
En esta aproximación al fenómeno de La codependencia y los nuevos movimientos religiosos, he pensado en profundizar en algunos casos que me pasaron, cómo actué y sobre todo en lo que me lleva, después de años, a tener claro que al final somos los artífices (culpables) de nuestro propio apego a cualquier tipo de grupo, rito o entorno manipulador de quienes nos rodean, ya sea religioso, social, cultural o político. Durante este viaje veremos cómo evolucionó mi forma de observar los grupos y la percepción que sobre ellos se tenía en los años 80 y 90 y la que tenemos ahora.
Tuve la suerte de estudiar en un seminario religioso bastante liberal a finales de los años 70 y por ello nunca mantuve una actitud fanática sobre conceptos de verdad, dios o sentimientos y creencias espirituales radicales, lo que siempre me ayudó mucho a analizar con cierto rigor y totalitarismo. distanciar cualquier creencia que tenga el otro.
Uno de mis primeros contactos fue a finales de los años 70 en una estación de tren poco concurrida. Era tarde en la noche y estaba esperando tomar uno de esos lentos y pesados trenes nocturnos para volver a casa. Tuve tres días libres después de haber estado estudiando casi un par de meses sin descanso. Eso estaba haciendo cuando a mi lado se sentó un joven, un poco mayor que yo, quien desde el primer momento mostró interés en establecer contacto conmigo, y lo tuve claro cuando se acercó y me dijo: –Hola, ¿puedo sentarme aquí contigo? Te vi sola y pensé, ¿por qué no charlar con él? Eso me molestó y me hizo estar alerta, era, recordemos, finales de los 80 (1980) e inmediatamente pensé que quería coquetear conmigo. Sin embargo, una pequeña observación de su vestimenta, su actitud y sobre todo la extrañeza que sentí al verlo con un peluquín, me alertaron de que estaba siendo abordado por un miembro del entonces conocido como culto peligroso, Hare Krishna.
En aquellos años todo lo que nos alejaba de nuestra Santa Madre Iglesia era pecaminoso y sectario, vivíamos en una sociedad aún impregnada de ideas confusas sobre el poder de Dios y las malignidades del diablo. Todo lo que se alejaba de la sombra de las alas de los ángeles se acercaba al reducto de la más absoluta oscuridad. Fueron años convulsos para todos los grupos o movimientos religiosos que intentaron avanzar. Sin olvidar otros que en tiempos del franquismo, arrastraban el estigma de terroristas (Testigos de Jehová) o comunistas (las Hermandades Obreras de Acción Católica, entre otros grupos, incluidos todos los evangélicos).
Por supuesto acepté dejarlo sentarse a mi lado, hablé con él y me dejé seducir mientras cumplía condena. Quizás me hubiera gustado más que se hubiera puesto su túnica azafrán, tambores y cascabeles, para poder cantar con él. Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare. Intentó manipularme para que le comprara un libro sobre su fe, escrito por Bhaktivedanta Swami Prabhupada, un personaje muy exótico para la época, aunque con miles de seguidores en todo el mundo. No olvidemos, desde lejos, que en los años 1990, el propio George Harrison, miembro de los Beatles, abrazó estas creencias después de haber sido, en la infancia, bautizado como católico o protestante, y fue el mejor representante de Prabhupada en el oeste. Nunca se sintió atrapado o manipulado, debido a sus numerosas apariciones públicas con túnicas azafrán y adorando a su líder religioso.
Por supuesto que me dejo seducir, y aunque mi exigua economia Sufrí un pequeño contratiempo, compré el libro. Era muy tarde y ese chico parecía agotado. Además recordé cosas de las maldades que se decían de ellos, que si traficaban con armas, que si trata de blancas, que si explotación infantil, etc. Nunca fueron procesados por nada de esto, aunque está claro que cuando Quitamos las tuberías de los sanitarios de las casas, siempre se puede encontrar olor a mierda.
Sin embargo, esa noche aprendí que para alguien necesitado de cariño, con carencias afectivas y hasta propenso a adicción a las personas esa situación habría sido una buena manera de conseguir enganchado, primero al niño y luego al grupo. Al final, en mi caso, ese joven me hizo callar bien, y hasta me dio pena (empaticé) y posiblemente hubiera llevado el contacto más allá, siempre controlando los tiempos, las formas y los espacios (en ese tiempo no dejé pasar un momento para devorar el conocimiento), si no hubiera sido por su negativa a facilitar una forma de contacto fuera del grupo.
Con el paso de los años estuve en algunas de sus sedes, y vi que nunca habían bailado con el diablo, que no tenían cuernos ni armas, y entendí que cada uno trata de vivir su vida. religión como puede o como quiere. Me encantó que George Harrison se convirtiera en Hare Krishna y reconozco que he tarareado algunos de sus mantras en noches de borrachera. Hoy tienen sedes ubicadas en todos los países donde están sus seguidores y de vez en cuando salen a la calle con sus túnicas azafrán, tambores y cascabeles para recoger algunas monedas, vendiendo libros o verduras. Su huella de carbono es muy pequeña y hoy son un grupo muy colorido.
Sin embargo, todavía quedan algunos investigadores presumidos que todavía manejan listas de los años 80 y 90 que los acusan de sectarios, traficantes de armas y toda una serie de rencillas del pasado.
En el próximo artículo os contaré algunas anécdotas sobre los testigos de Jehová, también de aquellos años. Ah, y no olvidemos dejar que la gente viva en paz, siempre y cuando no quiera imponer sus ideas por la fuerza.