La Iglesia Ortodoxa Rumana anima a los cristianos a donar sus órganos cuando sea necesario para salvar la vida de otra persona. Así se desprende de un texto publicado recientemente en la página web oficial del Patriarcado Rumano.
Una persona viva puede donar una parte del hígado, de la médula ósea o de un riñón a un enfermo terminal. La Iglesia alienta esta donación cuando es un acto de amor hacia la persona enferma, no es “objeto de transacción”, se realiza voluntariamente y con la plena claridad mental del donante, con un consentimiento escrito claramente expresado. La Iglesia bendice a las personas que pueden hacer tales sacrificios, pero también comprende a quienes no pueden hacerlo, respetando la libertad de decisión de cada uno.
Hasta ahora, la Iglesia había estado involucrada en el debate público sobre el uso de los órganos de una persona fallecida para trasplantes. Según la posición de la Iglesia, la donación de órganos es un acto de donación al prójimo y puede ser fomentada, pero excluyendo la posibilidad de abuso. “Aunque se afirma que la donación es una expresión de amor, de ninguna manera crea una obligación moral de donar; el acto de donación es una manifestación completa e incuestionable de la libre voluntad. Solo el consentimiento consciente del donante revela su amor y espíritu de sacrificio, confianza e interés por el prójimo”. El consentimiento puede ser dado por los familiares, pero solo después de que “la ley haya previsto reglas claras sobre el consentimiento para evitar dudas sobre la venta de órganos por parte de los familiares”.
Además, para evitar abusos, como los que se dan en operaciones que salvan vidas y son costosas, la posición de la Iglesia establece: “La muerte como cesación efectiva de la vida implica: 1) paro cardíaco; 2) falta de respiración espontánea; 3) muerte cerebral. Estas tres condiciones deben cumplirse simultánea y completamente para evitar errores lamentables”. Y además: “La muerte como separación del alma del cuerpo sigue siendo un misterio. Nadie podrá decir con certeza que esta separación coincida con la muerte cerebral; puede coincidir con, preceder o seguir a la muerte cerebral. Al ser creado a imagen de Dios, el hombre es valioso en la medida en que su imagen original se refleja en él. Mientras cumpla el mandamiento del amor y permanezca en Dios, que es amor, es miembro de la Iglesia de Cristo. Desde este punto de vista, donar un órgano, un tejido e incluso una gota de sangre por amor al prójimo significa la donación y el sacrificio de toda la persona en el mismo Cuerpo místico de Cristo, lo que excluye la visión del cuerpo humano como un mero medio para curar físicamente a alguien o como un almacén de órganos de repuesto”.
La Iglesia no puede estar de acuerdo con el trasplante de tejidos embrionarios, que conlleva el riesgo de afectar la salud del feto, ni con el uso de órganos de recién nacidos acéfalos o hidrocéfalos para trasplantes. De la misma manera, no podemos estar de acuerdo con la tendencia de algunos a convertirse en donantes de órganos con la condición de que sean sacrificados.
También pide el rechazo de “cualquier transacción con órganos humanos y cualquier explotación de situaciones críticas y vulnerabilidades de los potenciales donantes (aquellos privados de libertad mental o física y otros grupos sociales vulnerables)”.
Respecto a los médicos que intervienen en el proceso de trasplante, se dice: “El don del conocimiento y del descubrimiento viene de Dios; el hombre tiene la responsabilidad de utilizar este conocimiento no contra el prójimo y el mundo, sino para mantener la presencia digna de la persona en la creación y realizar el sentido de la existencia. En este contexto, el médico debe ser consciente de que es un instrumento y colaborador de Dios para eliminar la manifestación del mal en el mundo como sufrimiento”.
Fotografía ilustrativa: Icono ortodoxo de la Virgen María la Sanadora