Comienza con una llamada telefónica. Una voz, tranquila y persuasiva, le dice al emigrado que regrese a casa. A veces, la presión es suave. A veces, se convierte en amenaza. A miles de kilómetros de Pekín, los opositores al Partido Comunista Chino descubren que nunca están realmente fuera de su alcance.
Nuevas investigaciones realizadas por un consorcio internacional de periodistas Han revelado la magnitud y la sofisticación de la campaña de China para vigilar, intimidar y, en ocasiones, coaccionar a sus críticos residentes en el extranjero. En ningún otro lugar es esta tendencia más visible que en Francia y Canadá, donde los exiliados, que antes esperaban refugio, se ven atrapados en una red invisible de vigilancia y presión.
Las tácticas, orquestadas por el Ministerio de Seguridad del Estado de China, se dirigen a una amplia gama de personas: musulmanes uigures que huyeron de campos de detención masiva, activistas tibetanos, manifestantes de Hong Kong, exdisidentes políticos y practicantes del movimiento espiritual Falun Gong. Ya sea que buscaran refugio en el barrio parisino de Belleville o en el distrito de Scarborough de Toronto, a menudo traían consigo sus miedos.
Para muchos, el acoso es personal. Un estudiante uigur en París describió haber recibido repetidas llamadas de alguien que se hacía pasar por un funcionario de su país. El mensaje era claro: coopera o tu familia sufrirá. En otro caso, un activista prodemocracia en Montreal se dio cuenta de que sus familiares en la provincia de Guangdong habían sido citados para interrogarlos tras asistir a una protesta.
Estas formas de intimidación se enmarcan en lo que los expertos denominan "represión transnacional": esfuerzos de gobiernos autoritarios por silenciar la disidencia más allá de sus fronteras. Si bien Rusia e Irán han llamado la atención por operaciones de alto perfil en el extranjero, la campaña de China se distingue por su gran escala, su organización burocrática y sus métodos a menudo invisibles.
La esencia de la estrategia es la "persuasión para el retorno", un enfoque que combina presión psicológica con amenazas, que a veces culmina en entregas extraordinarias. Las autoridades chinas han elogiado públicamente estas iniciativas, calificándolas de medio para combatir la corrupción y mantener la seguridad nacional. Sin embargo, defensores de los derechos humanos advierten que estas tácticas suelen dirigirse a personas que no son culpables de ningún delito más allá de oponerse al partido gobernante.
Documentos obtenidos por periodistas de investigación muestran que el Ministerio de Seguridad del Estado de China mantiene una base de datos detallada de objetivos en el extranjero. Los perfiles incluyen no solo a activistas conocidos, sino también a estudiantes, académicos y empresarios cuyas opiniones se consideran insuficientemente leales. Las operaciones de vigilancia se basan en redes de expatriados chinos, asociaciones estudiantiles y, en ocasiones, incluso en investigadores privados contratados en el extranjero.
Francia, hogar desde hace tiempo de una gran comunidad de exiliados, se ha convertido en un foco de atención. Los disidentes describen haber sido seguidos en la calle, haber recibido "consejos" no solicitados de desconocidos y haber visto sus comunicaciones digitales monitoreadas. En algunos casos, la presión se intensifica hasta convertirse en amenazas directas, y los agentes advierten de las consecuencias para los familiares que se quedan en China.
En Canadá, han surgido patrones similares. Un activista tibetano en Vancouver relató haber recibido docenas de correos electrónicos anónimos que lo acusaban de "traicionar a la patria" y le advertían del "castigo venidero". Mientras tanto, medios de comunicación en chino, algunos con presuntos vínculos con entidades estatales, han lanzado campañas de desprestigio contra figuras públicas, presentándolas como traidoras o criminales.
Los gobiernos de Francia y Canadá han expresado su preocupación, pero se mantienen cautelosos en sus respuestas. Las autoridades francesas reconocen que se han producido casos de vigilancia e intimidación en su territorio, pero los procesos judiciales siguen siendo poco frecuentes. Los servicios de inteligencia canadienses han emitido avisos a los miembros de las comunidades vulnerables, animándolos a denunciar contactos sospechosos.
Parte de la dificultad reside en la naturaleza misma de las operaciones. Gran parte del acoso ocurre en la zona intermedia entre la legalidad y el delito flagrante: llamadas anónimas, difamación en línea, humillación social. Incluso cuando las amenazas traspasan la línea de la ilegalidad, las víctimas a menudo dudan en denunciar, por temor a represalias o creyendo que se puede hacer poco.
Las realidades diplomáticas complican aún más el panorama. Tanto Francia como Canadá mantienen importantes vínculos económicos con China, lo que incentiva una actitud cautelosa. Pekín niega sistemáticamente las acusaciones de represión en el extranjero, calificándolas de "difamaciones infundadas" orquestadas por fuerzas hostiles. Los intentos de contraatacar pueden derivar rápidamente en disputas diplomáticas, como se vio en la reciente expulsión por parte de Canadá de un diplomático chino acusado de atacar a un legislador crítico con Pekín.
Más allá del costo humano inmediato, el fenómeno plantea profundos interrogantes sobre la soberanía y el Estado de derecho. Si los gobiernos autoritarios pueden proyectar su poder a través de las fronteras para silenciar la disidencia, ¿qué implicaciones tiene esto para el futuro del asilo, la libertad de expresión y las normas democráticas?
El impacto en las comunidades afectadas es tangible. Muchos exiliados viven en un estado de extrema vigilancia, alterando sus rutinas, evitando actividades políticas y cortando vínculos con sus compañeros disidentes para protegerse a sí mismos y a sus familias. Algunos reportan síntomas compatibles con estrés crónico o trastorno de estrés postraumático.
Las organizaciones de la sociedad civil han comenzado a exigir protecciones más sólidas. En Francia, grupos de defensa han instado al gobierno a crear un grupo de trabajo específico para investigar casos de acoso político extranjero. En Canadá, los legisladores han presentado propuestas para ampliar el mandato de la agencia nacional de inteligencia y así combatir la represión transnacional de forma más agresiva.
Sin embargo, la acción significativa sigue siendo difícil de alcanzar. Los recursos son limitados y los servicios de inteligencia deben priorizar entre una multitud de amenazas. Además, las víctimas a menudo carecen del apoyo institucional necesario para desenvolverse en sistemas legales complejos o buscar soluciones.
Para muchos, la experiencia es una profunda traición: la constatación de que incluso en países que se enorgullecen de su historial en materia de derechos humanos, la seguridad no está garantizada. Un exlíder estudiantil de Hong Kong, que ahora reside en Francia, resumió el sentimiento: «Creía que era libre. Pero a los ojos del Estado chino, sigo estando entre sus muros».
Los informes de investigación, que forman parte del proyecto más amplio "China Targets", coordinado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, buscan arrojar luz sobre el fenómeno y estimular el debate internacional. Los analistas advierten que, sin una acción global coordinada, el modelo chino podría convertirse en un modelo para otros regímenes que buscan reprimir la disidencia más allá de sus fronteras.
Por ahora, los disidentes en el extranjero siguen atrapados en una incómoda paradoja: ciudadanos de sociedades abiertas, pero prisioneros de amenazas lejanas. Mientras los gobiernos se debaten en cómo responder, los exiliados siguen mirando por encima del hombro, soportando la pesada carga de la atención no deseada de una patria que se atrevieron a dejar atrás.