Es innegable que la guerra, este flagelo que asola a la humanidad, siembra devastación. Cuanto más persiste un conflicto, más alimenta la animosidad entre las naciones involucradas, lo que hace aún más difícil restablecer la confianza entre los beligerantes. Dado que el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia ya ha llegado al triste centenario de su existencia, es difícil imaginar los tormentos que soportan estos dos pueblos, cada uno con su parte de sufrimiento.