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Jueves 25 de abril de 2024
OpiniónEE. UU. - Rusia: ¿cómo salir del punto muerto?

EE. UU. – Rusia: ¿cómo salir del punto muerto?

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Emmanuel Goût
Emmanuel Goûthttps://emmanuelgout.com/
Miembro del Comité de Orientación Estratégica de Geopragma

El pasado mes de diciembre, en un momento de grave recrudecimiento de las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, la fundadora del think tank francés Geopragma, Caroline Galactéros, publicó un llamamiento a nivel europeo en el que señalaba las posibles condiciones para una pacificación duradera de las relaciones entre Estados Unidos, la OTAN y Rusia. Desde entonces, las tensiones entre las partes han seguido aumentando, principalmente en torno a cuestiones de Ucrania, pero también en Oriente Medio.

Unos días después, la mayor parte de las condiciones esbozadas en este llamamiento estaban sobre las mesas de negociación, en Ginebra y Bruselas.

Los primeros resultados de estas conversaciones fueron negativos, tanto a nivel bilateral en EE.UU. como en la OTAN y la OSCE. Europa, por su parte, mantenida al margen de las negociaciones, sólo pudo conformarse con unas poses adicionales, que encontraron su quintaesencia en la rueda de prensa conjunta Borrell-Le Drian, triste eco de todo lo dicho anteriormente por los intervinientes directos en las negociaciones .

Una vez más, Europa, ahora presidida por Emmanuel Macron, está siendo tratado como un mero vasallo, y parece caer resueltamente en este trato, víctima de sus insuficiencias estratégicas estructurales. Emmanuel Macron, recientemente cuestionado por Estados Unidos en el asunto del submarino australiano (se canceló un contrato por valor de decenas de miles de millones), se enfrenta, por tanto, al desafío de organizar una Europa geopolítica.

Europa tiene sólo lo que se merece: su falta de credibilidad e independencia frente a los “imperios”, sean cuales sean, la priva de un papel estratégico en el mundo.

Pero es en esta credibilidad e independencia donde radica la solución para representar un verdadero valor agregado en las mesas de negociación, que tienen como objetivo definir y gestionar los desafíos de nuestro mundo.

Repasemos brevemente los antecedentes de estos temas. Como provocación reflexiva, ¿sería Putin el Kennedy del siglo XXI, capaz de decir no a un avance, a la presencia en sus fronteras de tropas consideradas enemigas, como fue el caso de la crisis cubana en plena Guerra Fría? ¿Guerra? La respuesta es no, tanto porque el acercamiento entre las dos personalidades escandalizaría a muchos, como porque olvidamos lo que encarnaron en su momento el presidente estadounidense y Nikita Khrushchev: el antagonismo, el enfrentamiento permanente de dos visiones del mundo, dos visiones que ambos EEUU y la URSS querían exportar e imponer, dentro de perímetros definidos y circunscritos por muros políticos, militares, industriales, sociales, culturales y religiosos…

Sin embargo, la URSS lleva muerta 30 años, a pesar de que algunos rusos y Occidente la encontraron un enemigo muy “cómodo”. Rusia no es un remake de la URSS, la nostalgia no hace la historia, la que está por escribir. Rusia no busca, como la URSS, exportar y constreñir, sino ser parte integral de un mundo en Buscar de nuevos equilibrios, donde nadie debe imponerse.

Por eso no sorprende el fracaso de esta primera ronda de negociaciones. Hay, dentro de nosotros mismos, una verdadera revolución cultural y mental que emprender, para abandonar lo que todavía es parecido a las construcciones hollywoodenses y maniqueas inspiradas en Yan Flemming, John Le Carré o Gérard de Villiers; andamiaje intelectual que pretende legitimar una realidad ficticia, la de un mundo que debe jugar ad vitam aeternam las prolongaciones de un enfrentamiento supuestamente fundado.

Un juego peligroso para la seguridad de Europa y más allá, para la del mundo.
Suele decirse que la vocación de la OTAN era contrarrestar el Pacto de Varsovia y que la desaparición de este último debería haber llevado a la desaparición de la Alianza, o al menos, lógicamente, a una redefinición de sus ambiciones y de su lógica. Este no era el caso. De lo contrario. Los algoritmos mentales y operativos de la OTAN se han mantenido basados ​​y calculados en modelos que proyectan a Rusia con las peores intenciones, que fueron las de la URSS: ambiciones internacionalistas de exportación ofensiva e imposición de un modelo sociocultural, económico y político marxista, que tiene en hecho totalmente desaparecido en la Rusia del siglo XXI. Hemos cambiado de siglo, pero lamentablemente no nuestra forma de pensar el mundo.

Sin embargo, la Rusia de hoy se nos parece más que nunca. Visto desde China o Asia Central, es una potencia decididamente europea. Personalmente, incluso creo que se esfuerza demasiado en copiarnos, porque sus identidades, sus especificidades, sus economia, su vida social, sus tradiciones, sus culturas y sus reflejos deben ser analizados en una lógica de elogio de las diferencias en lugar de inspirar una lógica de confrontación. Este pavlovismo analítico es anacrónico y lamentable. Nos impide poder pensar en la realidad y sus posibilidades.

No transformemos las cuestiones regionales en cuestiones globales. No son, ya no son dos visiones del mundo que se enfrentan. No es nazismo contra el mundo libre, no es marxismo contra el mundo libre. La paz mundial ya no puede ser rehén de los intereses regionales. El siglo XXI debe empujarnos a admitir la existencia de un mundo policéntrico que es necesario estabilizar, un mundo en el que globalización no rima con uniformidad sino que mantiene la riqueza de las diferencias al servicio de nuevas armonías geopolíticas.

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