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Sábado, abril 27, 2024
ÁfricaEl terrorismo religioso, la secta keniata y Occidente

El terrorismo religioso, la secta keniata y Occidente

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Gabriel Carrión López
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Gabriel Carrión López: Jumilla, Murcia (ESPAÑA), 1962. Escritor, guionista y videógrafo. Ha trabajado como periodista de investigación desde 1985 en prensa, radio y televisión. Experto en sectas y nuevos movimientos religiosos, ha publicado dos libros sobre la banda terrorista ETA. Coopera con la prensa libre y da conferencias sobre diferentes temas.

Más de 100 cuerpos fueron encontrados en abril pasado en el bosque de Shakahola en el sur de Kenia, otra forma de terrorismo religioso. Las investigaciones policiales determinaron que habían muerto en ayuno “para ver a Jesucristo”.

El arresto de Paul Mackenzie Nthenge ha puesto al descubierto una atroz manipulación de un presunto líder religioso en el corazón de África.

Japhet Koome, inspector general de la Policía en Kenia, quien al comprender la magnitud de los hechos, se desplazó hasta el lugar, ha declarado, entre otras cosas, a la prensa:

Condenamos enérgicamente cualquier forma de organización religiosa que promueva creencias extremistas y opere fuera de los límites de la ley, poniendo en peligro la seguridad y el bienestar de los kenianos.

Y aunque la policía afirma que no descansará hasta llevar frente a la justicia a todos los responsables, casi siempre, si el líder máximo ha sido detenido, como es este caso, con su castigo, seguramente dicho acto será pasto de hemeroteca, aunque los cargos sean de terrorismo y genocidio.

Paul Mackenzihe, líder de la secta, que con su verborrea ha propiciado la muerte en masa de sus seguidores, comentaba a las autoridades cuando fue detenido que si siguen las excavaciones en dicho bosque encontraran a más de 1,000 personas que fueron a… "encontrarse con Jesús."

Posiblemente sea la mayor matanza sectaria de la historia y uno de los actos terroristas propiciado por creencias no ortodoxas, que conozcamos hasta la fecha. Aunque sin duda, una de las mayores preocupaciones que subyacen en el hecho, es observar el poco eco que ha tenido la noticia a nivel internacional.

No se han visto imágenes abriendo los informativos ni debates sobre la manipulación religiosa extrema, a la que pudieran estar sometidas millones de personas.

Occidente, protegida por sus democracias infalibles parece estar dejando de lado a todos estos seres que viven atrozmente manipulados en regiones casi olvidadas del mundo.

Los derechos humanos de los inducidos al suicidio religioso parecen no tener cabida en nuestro día a día, y sólo cuando los elementos reconocibles de nuestra sociedad son atacados, nos revolvemos apelando a la justicia humana universal y al castigo.

En septiembre de 1997, un terrorista de Hamás que llevaba explosivos adheridos a su cuerpo, se inmoló en el centro comercial Ben Yehuda en Jerusalén. Dicho acto fue pasto de informativos en todo el mundo y una de las imágenes que más llamó la atención fue sin duda un restaurante de McDonald’s cuya puerta fue destrozada en la explosión.

Por lo tanto cualquier persona podría estar en peligro si se atentaba contra aquellos establecimientos emblemáticos. La seguridad de los mismos, en todo el mundo fue reforzada, incluido Estados Unidos y Europa. Los tiroteos raciales en California e Illinois en 1999 también hicieron ver a los americanos que el terror religioso estaba más cerca de lo que pensaban.

El propio totalitarismo religioso que, por otra parte, hace que en todo el mundo se arrojen bombas contra clínicas que promueven la interrupción del embarazo, la bomba puesta en los juegos olímpicos de Atlanta o la destrucción de viviendas militares de los soldados americanos en Dhahran, Arabia Saudí en 1996, la destrucción de un edificio federal en Oklahoma City, la explosión de las Torres Gemelas, los atentados del diario satírico Charlie Hebdo en París, o los atentados del metro de Madrid, son algunas de las noticias que han ido saltando a los medios de comunicación mundiales, quizá porque a pesar de ser infinitamente menor el número de muertos, salvo en el caso de las Torres Gemelas, dichos atentados se encontraban localizados en Occidente o eran realizados contra estructuras militares occidentales en el resto del mundo.

La relación entre terror y dios ya se dio, amparada por medios de comunicación sin escrúpulos, cuando se acercaba el final del siglo XX.

Se explotó hasta la saciedad el final de los tiempos con el único propósito de conseguir rédito informativo, que se tradujera en mejores audiencias o lectores y así poder acceder al mayor pastel publicitario posible.

Quizá la más aterradora de las preguntas ya la formuló Mark Juergensmeyer, catedrático de Sociología en una universidad californiana, en 2001 en su libro Terrorismo Religioso cuando escribió:

“En la historia de las tradiciones religiosas (desde las guerras bíblicas hasta las cruzadas y los grandes actos de martirio) la violencia ha mantenido su presencia en las sombras. Ha coloreado los símbolos religiosos más oscuros y misteriosos. Una de las preguntas recurrentes de algunos de los grandes estudiosos de la religión (incluidos Émile Durkheim, Marcel Mauss y Sigmund Freud) es por qué surge esta situación: por qué la religión parece necesitar violencia y violencia religiosa, y por qué es un mandato divino para la destrucción. aceptado con tal convicción por algunos creyentes?”

Sin duda el fenómeno de la violencia no es inherente al hecho religioso, pero está claro que si es un elemento más a utilizar en el discurso sectario, como ha ocurrido en Kenia, donde el premio era estar con Jesús, pero antes debían ayunar sin remisión hasta morir.

El terrorismo religioso y la violencia contra los ciudadanos de Kenia merece nuestra más enérgica condena, independientemente del color de su piel o de sus creencias. Animo a los medios de comunicación a crear espacios de debate con buenos profesionales sobre un tema que cada día sigue amenazando los derechos humanos de millones de personas en todo el mundo.

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